La ética o la moral deben entenderse no sólo como la realización de unas cuantas acciones buenas, sino como la formación de un alma sensible. “Aquello que se siente como bueno constituye un deber; quien carece de un alma sensible es incapaz de reconocer deber alguno”.
Una persona con carácter o sensibilidad moral reacciona afectivamente ante las inmoralidades y la vulneración de las reglas morales básicas.
Son las emociones o los sentimientos las que proporcionan la base necesaria al conocimiento del bien y del mal para que el ser humano se movilice y actúe en consecuencia con ello. La raíz de la moral es la simpatía o la empatía con los sentimientos ajenos.
Lo evitable es lo que debe provocar en el ser humano sentimientos de ofensa, de rabia, de vergüenza o de desesperación. Reaccionamos con rabia cuando “es ofendido nuestro sentido de justicia”, pues para responder razonablemente (ante una tragedia insoportable) uno debe sentirse afectado, y lo opuesto a lo emocional no es lo racional, sino más bien la incapacidad de sentirse afectado, habitualmente un fenómeno patológico, p el sentimentalismo que es una perversión del sentimiento.
Emociones y razón han de ir de la mano en el razonamiento práctico: las emociones por sí solas no razonan, las razones contribuyen a modificarlas y reconducirlas.
El ser humano debe aprender a admirar lo admirar lo admirable y a rechazar lo que no lo es, para lo cual debe tener razones que le indiquen qué es digno de admiración y qué no es admirable bajo ningún aspecto. Ha de aprender a sentirse afectado por los objetos nobles y valiosos, por los comportamientos íntegros y justos.
En el encauzamiento de las emociones tiene una parte importante la facultad racional, pero no para eliminar el afecto, sino para darle el sentido que conviene más a la vida, tanto individual como colectiva.
Se trata, en definitiva, en conseguir que el bien y los deseos coincidan hasta el punto de que no haya diferencias entre ambos. Oakley afirma que una emoción es buena si va dirigida o corresponde a algo bueno o “relacionado con el florecimiento humano”.
Es de importancia moral tener emociones apropiadas en el grado apropiado y en las situaciones apropiadas.
Las emociones adquieren significado por la conciencia que el sujeto tiene de las mismas y que irradia en su forma de ver y valorar el mundo.
Si las emociones producen una modificación del mundo aprehendido por la conciencia y, al mismo tiempo, nos hacen cautivos de esa nueva magia creada por nosotros mismos, la reflexión puede liberarnos del cautiverio, enseñarnos a aprehender el mundo de modo inteligente. Ese es, en gran parte el cometido de la ética.
La confianza No es un estado de ánimo que pueda buscarse ni perseguirse directamente. Las estrategias por las que una persona se gana la confianza de los demás son variadas, pero todas ellas tienen un común denominador: el cumplimiento de las expectativas puestas en uno o, dicho de otra forma, el sentido de la responsabilidad. Dos virtudes necesarias son sin duda la coherencia y la integridad.
Otra virtud necesaria para no defraudar es la sinceridad.
Tiene autoestima quien se siente a gusto consigo mismo y por ser como es. La identidad individual hay que forjarla y no dejar que se confunda con una identidad colectiva. La autoestima está relacionada con la construcción de una identidad propia.
La principal industria del hombre es inventarse a sí mismo. Y es esa voluntad de elegir por uno mismo la auténtica libertad moral a la que llamamos “autonomía”. Hay que tener el valor de elegir para ser verdaderamente autónomo.
Educar las emociones tiene que ver con la responsabilidad consigo mismo y con hacernos responsables de nuestras acciones.
El deber ser o el ideal no se sustenta sólo en razonamientos intelectuales, sino en afectos y emociones.