La capacidad de aprender es una muy distinguida capacidad abierta. Cada individuo desarrolla interminablemente su conocimiento de ellas sin que nunca pueda decirse que ya no puede ir de modo relevante más allá.
El éxito del aprendizaje de las capacidades cerradas ( ej. vestirse, leer, escribir, realizar cálculos matemáticos, etc..) es ejercerlas olvidando que las sabemos; en las capacidades abiertas, implica ser cada vez más conscientes de lo que aún nos queda por saber.
La capacidad de aprender está hecha de muchas preguntas y de algunas respuestas; de búsquedas personales y no de hallazgos institucionalmente decretados; de crítica y puesta en cuestión en lugar de obediencia satisfecha con lo común. De modo que lo importante es enseñar a aprender.
Existe la tentación escolar de convertir la enseñanza en mera memorización de datos, autoridades y gestos rutinarios de reverencia intelectual ante lo respetado.
Debemos distinguir entre educación e instrucción. La primera equivaldría al conjunto de las actividades abiertas- entre las cuales la ética y el sentido crítico de cooperación social no son las menos distinguidas- y la segunda se centraría en las capacidades cerradas, básicas e imprescindibles, pero no suficientes.
La escuela o las formas institucionalizadas de educación deben formar no sólo el núcleo básico del desarrollo cognitivo, sino también el núcleo básico de la personalidad.
El niño necesita ser reconocido en su cualidad irrepetible por los demás.
Una de las principales tareas de la enseñanza siempre ha sido por tanto promover modelos de excelencia y pautas de reconocimiento que sirvan de apoyo a la autoestima de los individuos. Modelos dirigidos a reforzar la autonomía personal, el conocimiento veraz y la generosidad o el coraje.
El eclipse de la familia:
Da más fuerza saberse amado que saberse fuerte. La educación familiar funciona por vía de ejemplo.(identificación o rechazo con sus modelos).
La palabra autoridad significa algo así como “ayudar a crecer”; en la familia debería configurar del modo más afectuoso posible “el principio de realidad”, es decir la capacidad de restringir las propias apetencias en vista de las de los demás y aplazar o templar la satisfacción del algunos placeres inmediatos en vistas al cumplimiento de objetivos recomendables a largo plazo.
Quizá el reto ilustrado actual sea proponer y asumir un tipo de padre con suficiente autoridad para gestionar el miedo iniciático en el que se funda el principio de realidad, pero también con la tierna solicitud doméstica, próxima y abnegada, que ha caracterizado el papel de la madre. Un padre que no renuncie a serlo pero a la vez que sepa maternizarse para evitar los abusos castradoramente patriarcales del sistema tradicional…
Resaltar lo destructiva que es la televisión para la infancia. No deja que los niños sigan siendo niños, disipa las nieblas cautelares de la ignorancia que les envuelven.
La tares de la escuela se complica ya que tiene que encargarse de elementos de formación básica de la conciencia social y moral de los niños que antes eran responsabilidad de la familia.
Es bueno que los niños adquieran hábitos de cooperación, respeto al prójimo y autonomía personal. En cuanto a los valores puede argumentarse la superioridad ética de unos sobre otros, empezando por valorar el mismo pluralismo que permite y aprecia la diversidad. Atender a las pautas de formación moral, es este sentido señalo tres virtudes: coraje para vivir frete a la muerte; generosidad para convivir con los semejantes; prudencia para sobrevivir entre necesidades que no podemos abolir.
El niño comienza a estudiar a la fuerza. No es que los pequeños no deseen saber, pero su curiosidad es mucho más inmediata y menos metódica que lo exigido para aprender. Se puede y se debe contar en la enseñanza con la inicial curiosidad infantil, es un afán que la propia educación tiene que encargarse de desarrollar.
Oliver Reboul en su Filosofía de la educación sostiene que “educar no es fabricar adultos según un modelo sino liberar en cada hombre lo que le impide ser él mismo, permitirle realizarse según su genio singular”
El maestro ha de comprender las características y aptitudes peculiares del niño para enseñarle del modo más provechoso.
Aprovechando la inclinación al juego de los niños se les puede enseñar muchas cosas.
Es importante que quienes enseñan sepan apreciar las virtudes de una cierta insolencia en los niños. La insolencia no es más que la capacidad de interrogación del hombre en ejercicio de su libertad, una capacidad enfocada hacia los demás, hacia lo social, hacia lo preexistente, con lo que hay que saber vivir y a lo que forzosamente no hay que adherirse.
La capacidad de vivir en el conflicto de una forma civilizada pero no dócil es una señal de salud mental y social, no de agresividad destructiva.
La pedagogía tiene mucho más de arte que de ciencia, es decir, admite consejos y técnicas pero que nunca se domina más que por el ejercicio mismo de cada día, que tanto debe en los casos más afortunados a la intuición.
Las facultades que el humanismo pretende desarrollar son la capacidad crítica de análisis, la curiosidad, el sentido de razonamiento lógico, la sensibilidad para apreciar las más altas realizaciones del espíritu humano, la visión de conjunto ante el panorama del saber etc.
El sentido de la educación es conservar y transmitir el valor intelectual a lo humano.
La vocación del ser humano es la más alta expresión de su amor por la vida.