Primero se volvieron evidentes las implicaciones éticas de la psicoterapia, y luego los aspectos espirituales del proceso se hicieron lo bastante obvios para que muchos estén hoy convencidos de que las dimensiones psicológica y espiritual del crecimiento interior son dos facetas de un solo y mismo hecho.
La acción virtuosa es generalmente considerada en las diferentes tradiciones espirituales como preliminar a la meditación. Trabajar en el campo de una vida recta y unas relaciones rectas permite limpiar las pasiones que tejen ese velo que nos impide la experiencia contemplativa.
La renuncia es un aspecto tanto de la meditación como de la virtud. La meditación constituye un acto de desapego de motivaciones egoicas y hedonistas que conduce a la condición de “estar en el mundo pero no ser del mundo”.
La austeridad está estrechamente relacionada con la renuncia, pero enfatiza más el cultivo de la neutralidad frente al dolor.
También van implícitas en el cultivo de la virtud cualidades como amabilidad amorosa, compasión y afabilidad.
Más característico que el cultivo de una intención amorosa hacia los demás seres es, en el campo de la meditación, el cultivo del amor hacia lo divino o devoción.
Tanto la acción recta como la meditación implican el cultivo de una condición desprovista de ego.
La meditación es el laboratorio de la comprensión profunda de las enseñanzas.
El amor es intrínseco a la iluminación.
Podemos pensar en cuatro procesos o tareas en que el meditador puede embarcarse como cuatro gestos internos consistente en proporciones diferentes de no-hacer, abandono, prestar atención y evocar la sacralidad.
Componentes de la meditación:
No-hacer: detiene todo en la psique, es remedio natural para todo lo que pueda ir mal, estaremos momentáneamente sanos. Aquieta la inercia de la agitación mental.
La entrega: entra en juego una sabiduría más profunda y cura las complicaciones neuróticas de la “locura de control” egoica. Si funcionamos correctamente nos encontramos en armonía con algo más allá de nosotros.
La concentración plena, el darse cuenta, es un antídoto para la inconsciencia activa, la cual a su vez fragmenta la personalidad.
La concentración en lo divino también es un antídoto para el ego.
El amor: si consideramos que el amor forma parte tanto de la salud como de la iluminación, podemos entender la activación del amor como otra vía para trascender el ego. Y lo mismo puede decirse del desapego, un método para la suspensión del ego, pues éste enraizado en el ansia, sólo puede practicar el desapego quitándose de en medio.
Hay una afinidad especial entre las prácticas del no-hacer, plena consciencia y desapego (apolínea); y hay de igual modo una relación entre sus polos opuestos: abandono, concentración en lo divino, y amor (dionisiáca).
Estas dos orientaciones predominantes en la práctica espiritual no son incompatibles.
Hay una interdependencia entre no-ego y cognición espiritual o despertar y el modo en que cada uno de los seis ejercicios básicos contribuye a ambos.
Mi investigación sobre la naturaleza de la meditación ha obtenido como respuesta la identificación de seis caminos hacia la suspensión del ego y el conocimiento trascendental último: invocar lo sagrado, despertar a la realidad en el aquí y ahora, aquietar la mente por control yóguico, abandonar la mente a su espontaneidad natural, desapego y amor.
Hay una forma concentrada de atención que no se enfoca en objetos externos ni internos, una atención difusa que sin fijarse en nada esta omnidireccionalmente disponible mientras “saborea” su propia presencia.
Así, más allá de la polaridad concentración plena/ concentración en lo divino, la atención puede detenerse en sí misma.
Para describir el punto común de unión entre calmar la mente y entrega pienso en expresiones tales como: no-interferencia, naturalidad, permeabilidad, apertura, espaciosidad, vaciedad.
El carácter obsesivo y rígido presenta un agudo contraste contra el carácter indulgente, super-fluido, travieso e histriónico que se revela contra las restricciones tal y como el “perfeccionista” acepta la disciplina de la restricción imponiendo deberes y prohibiciones sobre sí mismo y los demás. Se hace evidente la polaridad entre intentar detener la mente y soltarla. La persona histriónica es demasiado auto-indulgente, demasiado inquieta y buscadora de placer para gravitar hacia el shamata, pero puede ser atraída al sendero espiritual mediante la meditación expresiva, la entrega al trance y la guía organísmica.
La meditación implica al cuerpo. En sus estados iniciales la práctica espiritual afecta a nuestra vida emocional y cambia nuestro entendimiento de las cosas, parece que el proceso de liberación del ego no está completo mientas el ego corporal no ha sido penetrado a través de una especie de “descenso a la fosa”. En esa fosa yace enterrada esa esencia divina intrínseca que algunos llaman “alma” y otros naturaleza búdica.
El proceso de sanación conlleva la apertura de viejas heridas y vislumbra más verdad de la que muchos pueden soportar con comodidad.
Cuando la intensidad de las manifestaciones de liberación que se producen en la entrega no va acompañada de consciencia y sabiduría, el viaje del individuo puede complicarse.
Cualquiera que sea el camino seguido, algunos de aquellos en quienes el poder interno ha sido despertado llegan a una especie de “Cima de Monte de Meru” en que una relajación profunda de la región de la cúspide de la cabeza coincide con una sensación de fusión interna en que la mente ordinaria parece disolverse en una espaciosidad indiferenciada pero extática.
Al Ghazali describe siete valles que han de ser atravesados a través de la búsqueda:
Al primero de ellos lo llama Valle del Conocimiento, y los siguientes se vuelven cada vez peores ante este último. El segundo es el Valle del Arrepentimiento; el tercero el Valle de los Obstáculos y Tropezones: el mundo tentador, la gente atractiva, el viejo enemigo Satán y el yo desordenado. Sigue luego el Valle de las Tribulaciones, en el que es necesario buscar protección mediante dependencia de Dios, paciencia en los sufrimientos y gozosa sumisión a Su servicio. Entra luego el buscador en el Valle de los Truenos, donde encuentra que el servicio es aburrido y las oraciones mecánicas, y en el que tiene miedo y comprende la historia de la responsabilidad humana. Con corazón ligero avanza ahora, solo para encontrarse de repente en el Valle Abismal, donde al mirar la naturaleza de sus acciones descubre que las que parecían buenas eran el resultado de su vanagloria. Encuentra allí sin embargo al Angel de la Sinceridad, que lo lleva al Valle de los Himnos- donde la Invisible Mano de la Misericordia Divina abre para él la puerta al jardín del amor.
La regulación instintiva que se produce gracias a nuestro cerebro reptiliano aporta orden y salud a todo nuestro sistema cuerpo-mente, la sabiduría organísmisca.
Sri Aurobindo describe:
“Cuando la Paz de ha establecido, esta Fuerza superior o divina de lo alto puede descender y obrar en nosotros. Usualmente desciende primero a la cabeza y libera los centros mentales internos, luego a la región del corazón…luego al ombligo y otros centros vitales…luego a la región sacra y más abajo…Actúa a la vez hacia la perfección y hacia la liberación; va tomando toda la naturaleza, parte por parte, y lidia con ella rechazando lo que debe ser rechazado, sublimando lo que debe ser sublimado, creando lo que ha de ser creado. Ella integra, armoniza, y establece un nuevo ritmo en la naturaleza.”
… al final surge la consciencia más sutil e inmortal junto con la concentración del prana en el corazón.
En nuestro cuerpo/mente pueden distinguirse dos sistemas: el sistema total, y un sub-sistema que afirma su separación a través de barreras de consciencia. Este último –llámesele ego, yo neurótico o lo que se quiera, es una especie de parásito mental que absorbe nuestra energía vital y limita la expresión de nuestro potencial.
La psico-patología implica una pérdida de conciencia y una pérdida de espontaneidad, también implica una pérdida de la capacidad de amar.
Debería ser obvio que la restauración de la salud, implica la recuperación de la capacidad de amar.
Amar la perfección divina es más fácil que amar la humanidad imperfecta. Si bien amar a la fuente de amor constituye un camino para ejercitar el amor en sí mismo.
Una espiritualidad en que no haya suficiente apertura al dolor se vuelve fácilmente un escape de la vida con su esfuerzo, su disciplina, sus heridas del pasado que persisten y la frustración de sus imperfecciones presentes.
La vocación de crecer es inseparable de nuestra naturaleza, y una valoración excesiva de la comodidad o el apego a la imagen propia no son conducentes a los mejores resultados.
En la segunda parte de este libro se desarrollan nuevas aplicaciones de la meditación en psicoterapia…
La asociación libre puede enriquecerse con la meditación al observar en quieto desapego la corriente de la mente. Observando tu resistencia a rebelar entenderás más de ti mismo y de tu neurosis.
La escucha: presencia relajada y atenta.
El “yo” que ve “tú”, no es el “yo” que ve cosas.
La autoobservación puede dirigirnos a l auto-crítica, podemos reírnos de nosotros mismos, nos hace más humorosos.
Si hay algo de pensamiento, deja que sea absorbido en la intención de concentrarte tanto como sea posible en estos tres aspectos del presente: ”yo”, “tú”, “infinito”.