EL CORAZÓN EN LA ADOLESCENCIA
El adolescente comienza a tener desde lo profundo de sí un “sentido” nuevo hacia todo cuanto le rodea, la naturaleza, los hombres y las cosas. Estremece su alma y siente que el mundo se abre a lo infinito, su corazón late lleno de inquietudes. De repente le invade una gran insatisfacción por todo su ser, removiéndolo, se percibe con grandes altibajos. Duda de la existencia formada de contornos claramente delimitados y definidos…
Lo cierto es que la existencia tal y como la conocía, se opone a su corazón en crecimiento, en el que alberga a su vez una gran nostalgia. Se siente dividido entre la realidad cotidiana que conocía y una realidad nueva, más grande, más poderosa, llena de vida, de presentimientos e instintos. Así, el adolescente huye de su “confortable” hogar refugiándose, repleto de impulsos, en lo profundo de su corazón y en la verdad de su naturaleza. Va en busca de un manantial infinito de vida, de cielos estrellados, del sonido del mar, el cantar de los pájaros y encuentra de manera sencilla la paz en lo natural.
Le invaden intensas emociones, su corazón late agitado, rompe con las estrecheces del mundo conocido y despierta una voluntad infinita para viajar por el universo…
El adolescente se caracteriza por vivir en dos mundos, uno impuesto por la sociedad, donde la existencia es insípida, regulada, definida, fría, estrecha, medible, racional, utilitaria, egoica…; el otro, promete pleno desarrollo a su alma, es el verdadero mundo para su corazón.
El drama del adolescente es presentir su verdad y no ser aún capaz de vivirla. La sociedad no le deja margen para conocerse y desarrollar su potencial. Se cuestiona sin cesar si es posible encontrar una salida diferente a ser semejante a los adultos.
Me pregunto como adulto, cuál sería el resultado si el empuje de la juventud declina, si lo infinito pierde atractivo, si el adolescente se hace razonable a lo convencional establecido, estrecho y superficial. Pienso que el adolescente se hace rebelde para no ser ahogado por lo social, para poder amar, crear, soñar, discernir, crecer, confiar…; se vuelca en sus amigos en busca de comprensión.
Creo que el adulto es arrogante y olvidadizo al pensar que sólo él tiene algo que enseñar al adolescente. El adulto ha perdido el hilo conductor al motor de su existencia, a su impulso vital, a su capacidad de sentirse unido a los suyos; ha perdido su capacidad de soñar y de dar forma a su vida.
Se percibe en los jóvenes una tristeza particular cuando miran las paredes y el techo que dibujan sus mayores; su impulso vital aún no se ha quebrado con las contrariedades y las decepciones. Saben soñar por el día y por la noche en un mundo bello, verdadero y noble.
Ellos saben saborear el camino como única meta, disfrutar de su ser colaborativo y aceptar las diferencias como algo natural.
Saben pensar en un mundo tal como debería ser, tienen esperanza y e ilusión de vivir. Se comunican con los gestos, manejan una comunicación mucho más rica que la que nos proporciona el lenguaje.
Se dan cuenta de todo lo que han perdido sus adultos al adaptarse a la innecesaria lucha por alcanzar intereses y objetivos que están lejos de lo esencial. Observan sus mentiras, sus miedos y sus falsos esfuerzos por permanecer vivos solo en apariencia.
El adolescente a veces sufre la pérdida del vínculo afectivo en el que confió en su infancia; a la vez que siente su libertad y responsabilidad en su ser y en el mundo; se esfuerza a desarrollarse desde su ser auténtico, sintiendo en su lucha un montón de tensiones. Para desplegarse busca la soledad, esa soledad que le permite madurar frente a la amenaza del mundo que le rodea. Llama la atención para ser visto y escuchado como el ser único que es.
El adolescente busca ardientemente la amistad, se relaciona con la felicidad de ser uno con el otro, sabe darse y comprender. Despierta a su primer amor con una fuerza trascendente, buscan su complemento de manera natural. Tiene la capacidad de sentir vocación, la necesidad de cumplir una misión en su comunidad, de entusiasmarse por un ideal… él sabe lo que el mundo necesita.
El adulto tiene que aprender a vivir la relación con ellos en la humildad y respeto, incentivarles a avivar la llama de conexión natural con esa fuerza que les permite sentirse destinados a desarrollar una función en el mundo, una función que les ordena, un orden que proviene de algo superior, que les protege y les da la seguridad de sentir que estan dónde tiene que estar.
Durante la adolescencia necesitamos encontrar un estilo propio con corazón, ser nuestros propios maestros. Para conseguir un desarrollo pleno, la escuela y la sociedad han de colaborar facilitando al adolescente su exploración, mediante el arte, la música, los viajes, la danza…, permitiéndoles que el instinto y el espíritu florezcan de la mano para poder pensar, sentir y actuar por sí mismos. Brindarles una formación donde aprendan con entusiasmo, conectada con la utilidad, con el saber hacer… para que cuando ya sean adultos tengan las herramientas necesarias para construir su vida y no se pierdan en un camino de evitaciones y sufrimientos destructivos.
Es conveniente también que el adolescente tome contacto con matices de su sensualidad mediante el movimiento, danzas, masajes, bailes, etc…, permitiéndose expresar gradualmente sus emociones, con naturalidad, libres de culpas.
Naturalizar el sexo, acercarnos al contacto con el otro con el corazón abierto, comenzando por respetar nuestro cuerpo, sentimientos, necesidades… y las de los demás, les produce la armonía imprescindible para conectar con su alegría natural.
Los adultos hemos de recordar que estamos en una sociedad llena de neuróticos. Jung define la neurosis como el sufrimiento del alma que no ha encontrado su sentido. Recuperar el contacto con la belleza de nuestro origen, poder crecer poniéndonos de puntillas para tocar el cielo en la experiencia de elegir libremente, cada día, en cada detalle, la manera de desarrollar nuestra capacidad de amar.
Os invito a no olvidar la necesidad de cambiar el enfoque educativo, a girar la perspectiva y a no perder la esperanza, no sin esfuerzo, de dar apoyo a nuestros hijos para evolucionar en la confianza de ser capaces de crear un mundo mejor.