Cuando el niño es pequeño, la vida está todavía presente en su totalidad no dividida, sin ruptura ni fragmentación. El niño vive «desde su interior», por su Ser esencial, el milagro de un Todo, de su integralidad.
Por eso, los adultos tienen mucho que aprender de los niños y tomarse su tiempo también para abrazar y calmar su niño interior. Es un viaje de vuelta al origen.
Poder volver al núcleo verdadero y rebelarse contra todo lo que le reprime.
En la infancia está lo más sagrado, buscarlo en las miradas, en la confianza, en la inocencia, la vulnerabilidad, la franqueza, la espontaneidad, la transparencia…, buscar la vida que viven los niños, tranquilamente, sin prisa y respirarla.