La obra más importante parta el hombre es él mismo, él en cuanto hombre. Lograr la obra interior será fruto de una maduración humana. Las condiciones precisas para esta maduración son: desatender el pequeño yo orientado en exceso hacia el mundo y asustado ante el sufrimiento; intuir y desarrollar en sí mismo el Ser esencial innato; hacer desaparecer posiciones o estructuras rígidas, así como aquellos hábitos que paralizan el desarrollo; tomar en serio e integrar aquellas experiencias encaminadas a tomar conciencia de este Ser esencial y de su manifestación; adoptar un comportamiento firme que le exprese. Y por último, todo ello debe estar impregnado de una inquebrantable fidelidad en el seguimiento del camino interior.
Las condiciones para llegar al logro de toda obra en el mundo son: una actitud eternamente consagrada al fin que se pretende, una pertinaz voluntad, desarrollar las facultades apropiadas, adquirir probada capacidad, una sólida eficacia, integrar las experiencias de nuestro trabajo y, en general, una equilibrada adaptación a la existencia. Y al final se descubre la maestría, que garantiza el logro de la obra.
La transformación que conduce a la madurez del hombre está condicionada por un trabajo al servicio de la obra en el mundo. El camino interior y la obra exterior, lejos de oponerse, se complementan, condicionando una a la otra. De la mañana a la noche somos solicitados tanto por nuestro Ser interior como por un mundo amenazante que, de otra parte, compromete nuestra responsabilidad por lo que lo cotidiano es, en sí mismo, el campo de nuestro ejercicio interior.
Al hacerse el hombre diestro en el ejercicio que conduce al “saber hacer” puede ponerse al servicio de la obra interior: afirmar y mantener en toda circunstancia la actitud que corresponde a la vocación de ser humano. A partir de ahí lo cotidiano no será ni gris ni apagado, sino que se convierte en aventura del alma.
El hombre no debe evitar lo que es sombrío, ni debe quedarse rezagado en lo que es luminoso. Hay que ir hacia la vida, en toda libertad, abierto sin reservas, caminando sin tregua, y si fuera necesario, dejando lo que con gozo se ha logrado. Así es como se irá, paso a paso, formando y afirmando esa envoltura nueva, indispensable para crear un orden nuevo y más valioso.
Sólo puede dar testimonio del Ser esencial el hombre consciente de no haber llegado al final del camino.