Por Poderío se entiende todo aquello de lo que el hombre es originariamente dotado como posibilidades a desarrollar y energía frente a la vida, por lo que sabe afrontarla y responder. A los hombres dotados de poderío la naturaleza les ha regalado una gran consistencia, les ha hecho capaces de resistir los avatares de la existencia cotidiana, de tal suerte que corren menos peligros que los otros. Son naturalmente audaces; mide a su manera los peligros de la existencia, que ejercen sobre él un particular atractivo. Cuando sobre lo corruptible recae la amenaza del aniquilamiento, lo incorruptible se manifiesta abiertamente, y el hecho de exponerse al peligro lo que es efímero, permite la toma de conciencia, en la alegría, de lo imperecedero.
Los hombres dotados de Poderío tienen una riqueza natural. Toda su persona rebosa de un ardiente amor a la vida. Disponen de una fuerte y sana sensualidad que les hace amar la vida y el mundo en su magnificencia sensible. La atmósfera que se crea en torno a ellos y la emanación que se desprende de su persona están cargadas de una intensa vibración. Se prodigan sin cálculo, sin miedo a agotarse, porque beben con confianza en la fuente infinitamente rica de su Ser. Están dotados de una talla, de una dimensión propia, que les permite tomar posesión del espacio, haciéndose dueños de él.
Los hombres dotados de Poderío sacan su fuerza de un centro vital original que les hace más resistentes y aptos a grandes esfuerzos; tienen aguante.
La abundancia natural que brota de su ser da a los hombres dotados de Poderío un impulso victorioso. En todo cuanto emprenden ponen todo el peso de su naturaleza. Ingenuamente y con tenacidad van directos al fondo, y el arco de su voluntad es de gran amplitud. Están naturalmente seguros de sí y disponen de una superioridad que se impone.
El Poderío se manifiesta no solo por una actitud frente a los problemas que plantea la existencia, sino también con respecto al compromiso moral y espiritual.
Los hombres de Poderío son un peligro para el orden social reglamentado. La incesante presión que ejercen pone en duda todo orden definido. La confianza que tienen en su propia fuerza, independientemente de cualquier contingencia, les priva a menudo del sentido de la medida.
La madurez del alma de los hombres dotados de Poderío original depende, más que en otros, de su Rango y de su Grandeza.
Cuando un hombre dispone de Rango, su modo existencial y su forma personal están hablando, en lenguaje individual, de la Imagen universal. Se expresan en la existencia por medio de una libertad serena de manifestarse y mantenerse en la forma que le es propia, imperturbables ante cualquier influencia exterior. Son conducidos por la ley interior de su Ser.
Su forma, que se desarrolla orgánicamente a partir de su núcleo personal, no sabe ni de prisas ni de confusión, sino de orden. Su naturaleza forma un todo armónico de dónde irradia, hacia el otro, un poder creador de orden y de luz. Gravitan en torno a un eje interior, guardan con espontaneidad su equilibrio, o en caso de perderlo, lo recobran fácilmente.
Los hombres de Rango no se inquietan ni por su seguridad ni su prestigio. El ritmo de su respirar refleja el equilibrio que le es propio al hombre justo.
Donde hay un hombre de Rango, en su entorno el mundo se transforma; el espacio se ensancha y el aire se purifica. Lo que es extraño entre sí, se separa. Lo que se asemeja, se acerca. Lo ficticio se viene abajo, lo auténtico se hace presente. La bruma se aclara y las formas adquieren contornos netos. Emana una fuerza que no admite ni la impureza ni el desacuerdo, ni la vaguedad; en su presencia no puede persistir el contraste entre ser y parecer. La mentira se aparta, las bellas fachadas se resquebrajan, lo insensato busca “el sentido”. No son ni las palabras, ni los hechos, ni las obras lo que testimonia de la verdad del Ser, sino aquello que, en el silencio, emana directamente del núcleo de su ser. Él busca en todo, sin voluntad, la imagen original que a cada ser y cosa que le es propia, y despierta en cada hombre su “mejor yo” que se corresponda con su ser; aún sinhacer nada particular ejerce una misteriosa presión en el espíritu del otro, que lo transforma y lo hace conforme a su fórmula esencial.
El hombre de Rango está dotado de un “mirar lejano”; no parece provenir de él ni dirigirse a nadie, es como si viniera del infinito. Es un mirar que guarda la distancia. Viven en el seno de su orden interior manteniendo a cierta distancia lo que les rodea.
La apostura del hombre de Rango tiene el encanto de la modestia real; su luz no hace vibrar nuestros sentidos, sino nuestro mirar interior en busca de la perfecta realización.
Cuanto de más Rango disponga el hombre, más fuerte será el resplandor de su forma, así como será más luminoso el rayo que viene de la Unidad del Ser y que, por medio de la forma, le invita a subir aún más alto: hasta allí donde el Rango del hombre alcanza su Grandeza.
Cuanto de más Grandeza disponga un hombre, la Unidad del Ser radiará más luminosa y convincente, disolviendo las contrariedades y las penosas oposiciones de la existencia. La Grandeza de un hombre se refleja a través de su relación con la existencia. Se hace visible por cómo acepta su suerte y por cómo se comporta con los otros. Cuanto más grande sea su alma, más determinará su vida la Unidad operante del Ser a través de su ser, porque libera toda diferenciación encerrada en reivindicaciones egocéntricas.
Un signo de Grandeza de alma es la perseverancia en superase a sí mismo. La ley de evolución hacia la Unidad es inherente a la vida a lo largo del desarrollo de sus formas. El hombre crece según se va liberando de su yo. La predisposición a esta liberación y la fuerza que para ello se necesita indican la Grandeza innata del alma.
Todo cuanto le ocurre al hombre está sometido a la ley de la metamorfosis. Según se va haciendo y sólo así, el hombre crece y madura, peldaño a peldaño. Madurar significa transformar, suprimir el pasado a fin de permitir un nuevo estirón. Gracias a esta continua y permanente trasformación, el hombre adquiere una madurez que le permite entregarse al otro y dar fruto en cuerpo, espíritu y alma. El fruto de la madurez del alma confirma la Unidad del Ser que trasciende toda existencia.
El hombre está sometido a la ley de la existencia: por tanto, entregado al sufrirque le es inherente. No obstante, puesto que a cierto nivel la Unidad del Ser le ha permitido ya al hombre superar esencialmente su yo existencial, sigue sufriendo, pero como si ya no sufriera. Ya no se defiende contra el sufrimiento, y si le llega la hora de sufrir es para él como un aguijón para superarse en el “fondo “de sí. Cada herida que sufra provocará un crecimiento interior.
El hombre que se libera de su caparazón entra en el esplendor del Ser. Su desprendimiento, su desnudez, le permiten vivir el misterio de la plenitud, sentirse sostenido por la vida.
El hombre cuya alma se alza continuamente, va siendo cada vez más uno consigo mismo. Al participar esencialmente en la Unidad del Ser, da testimonio de ella y la manifiesta en una amor comprensivo y abnegado.
Habiéndose hecho uno con el gran impulso que le mantiene en movimiento de maduración, ve en cada nueva circunstancia de la vida del otro una etapa en el camino. Para él todo tiene un sentido en la marcha hacia la gran Unidad, y cada forma no es sino un tránsito. Comprende con bondad los diferentes grados del sufrir humano. Hace hablar al corazón. En la atmosfera beneficiosa de su cálida simpatía, se distiende la necesidad de justificarse, se deshacen los nudos, el hielo se disuelve, se suaviza la rigidez.
Un hombre de madurez innata es bueno porque comprende todo en función de la necesidad del devenir. Perdona y se sobrepone a su impaciencia porque conoce la sabiduría del Ser por la que todo sucede a su debido tiempo. Él conoce un solo pecado: el de quedarse en el aislamiento egocéntrico, en la separación, el de detenerse en el Camino, la vía de la Unidad. Su amor, que tiene siempre un crecimiento saludable, no se permite treguas.
El Rango de un hombre determina su vocación en lo que concierne a la acción; su madurez indica su Grandeza. Del Rango nace la fuerza creadora; de la Grandeza emana una influencia saludable. El Rango superior anima a la conciencia del otro a realizarse en perfección. La Grandeza anima a realizar la trasformación a la que ha sido destinado. En el Rango reside la fuerza que impele a la idea a devenir forma; en la Grandeza habitan la sabiduría y el amor que reintegran lo separado a la Unidad del Ser.
En el hombre la polaridad del ritmo de la vida se manifiesta por el antagonismo entre la voluntad de realizarse en una forma finita y la nostalgia del retorno a la Unidad infinita; entre una concepción de la vida basada en el conocimiento empírico y lo que vive interiormente como destino propio, entre la obra cumplida y el camino que sin tregua recorre; entre el espíritu creador y el alma que, madurando, va hacia su cumplimiento; entre el Rango y la Madurez.
En la naturaleza en estado puro, la vida se cumple según el movimiento cíclico de nacimiento y muerte; aceptar libremente la muerte reconociendo en ella el medio de abrir la puerta de la Gran Vida y de acceder a la Unidad Suprema.
En la conciencia de sí del hombre, el soplo del Ser se separa en dos aspectos opuestos: vida y muerte. Pero en el proceso de realización el hombre vive en libertad lo que, en un principio, se cumplía según la naturaleza. Ya no lucha con la muerte, ya no busca defender su forma. La forma que el Ser ha tomado en él es una formula viva de trasformación; su fórmula es el cambio de su forma. En esta concordancia entre su Rango y su Madurez se manifiesta la gran Unidad de la Vida como SER creador y salvador.
Karlfried Graf Dúrckheim “ el despuntar del ser”