Cada vez que nos relacionamos cara a cara con alguien, nuestro cerebro social también se conecta con el suyo.
La “neuroplasticidad” del cerebro explica el papel que desempeñan las relaciones sociales en la remodelación de nuestro cerebro, lo que significa que las experiencias repetidas van esculpiendo su forma, su tamaño y el número de neuronas y de conexiones sinápticas. De este modo, la reiteración de un determinado registro permite que nuestras relaciones clave vayan modelando gradualmente determinados circuitos neuronales.
La empatía y el interés por los demás enriquecen las relaciones interpersonales.
Los demás influyen y moldean nuestro estado de ánimo y nuestra biología; Y nosotros también influimos en ellos.
La amígdala extrae el significado emocional de los mensajes no verbales, desde un gesto poco amistoso hasta un cambio brusco de postura o de tono de voz, microsegundos antes de que tomemos conciencia de lo que estamos viendo.
La vía inferior opera con sentimientos, mientras que la superior lo hace considerando con más detenimiento lo que está ocurriendo. La vía inferior nos permite sentir de inmediato lo que siente otra persona, mientras que la superior nos ayuda a pensar en lo que estamos sintiendo.
En cuanto a la percepción de las emociones: una cosa es real cuando lo son sus consecuencias. Y es que si el cerebro reacciona del mismo modo ante un escenario real que ante uno imaginario, lo que imaginamos tiene consecuencias biológicas.
Una idea es importante en la medida en la que nos moviliza, y eso es precisamente lo que hacen las emociones.
La sinceridad es la respuesta por defecto del cerebro. Nuestro sistema nervioso trasmite todos los estados de ánimo a la musculatura facial, evidenciando de inmediato nuestros sentimientos.
La capacidad de detectar el engaño resulta tan esencial para la supervivencia como la capacidad de confiar y cooperar con los demás.
La simpatía jalona armonía, los implicados experimentan la cordialidad, la comprensión y la autenticidad del otro.
La atención, la sensación de bienestar mutua y la coordinación no verbal, cuando se hallan simultáneamente presentes, favorecen la emergencia de rapport.
Mirar directamente a los ojos abre la puerta de acceso a la empatía.
Los ojos son las ventanas del alma y nos permiten atisbar los sentimientos más recónditos de otra persona.
Los mensajes no verbales son más importantes que todo lo que podamos decir. Intervienen los movimientos corporales, el ritmo y la sincronía de la conversación.
La sensación de conexión no depende tanto de lo que se dice como del vínculo emocional tácito más directo e íntimo.
“Cuando sonríes, el mundo entero sonríe contigo”. La risa provoca un contagio irrefrenable que establece un vínculo social inmediato.
El fenómeno del contagio emocional se asienta en las neuronas espejo, permitiendo que los sentimientos que contemplamos fluyan a través de nosotros y ayudándonos así a entender lo que está sucediendo y a conectar con los demás. “Sentimos” al otro, en el más amplio sentido de la palabra, experimentando en nosotros los efectos de sus sentimientos, de sus movimientos, de sus sensaciones y de sus emociones.
Las neuronas espejo son esenciales en el aprendizaje infantil. Los niños pueden aprender a través de la mera observación. Así, van gravando en su cerebro un repertorio de emociones y conductas que le permiten conocer cómo funciona el mundo.
La corteza orbitofrontal conecta directamente tres grandes zonas: La corteza cerebral (cerebro pensante), la amígdala (el centro desencadenante de muchas reacciones emocionales) y el tronco cerebral ( es decir, la región “reptiliana”, que controla nuestras respuestas automáticas).Esta estrecha conexión facilita la coordinación instantánea entre el pensamiento, el sentimiento y la acción.
La corteza orbitofrontal debe llevar a cabo un rapidísimo proceso de cálculo social que nos indica cómo nos sentimos con una determinada persona, cómo se siente ella con nosotros y cuál debe ser, en función de todo ello, nuestra respuesta más adecuada.
El rápido metabolismo de estas redes neuronales ”sensibles a las personas” pone de relieve la extraordinaria importancia que ocupa el mundo social en el diseño de nuestro cerebro.
El circuito neuronal que conecta con la corteza orbitofrontal con la corteza cingulada anterior entra en funcionamiento cada vez que elegimos la mejor respuesta posible ante muchas alternativas. Estos circuitos evalúan todas nuestras experiencias, asignándoles un valor-de gusto o disgusto- y configurando lo que realmente nos importa. Este cálculo emocional refleja el sistema de valores básico empleado por el cerebro para organizar nuestro funcionamiento, aunque sólo sea mediante el establecimiento de nuestras prioridades en un determinado momento. Por ello, este nódulo neuronal resulta esencial en el éxito o el fracaso de nuestras relaciones.
Mientras que la vía inferior nos proporciona una afinidad emocional instatánea, la superior genera una sensación social más compleja que, a su vez, facilita una respuesta más apropiada.
La corteza orbitofrontal opera como centro de control que puede reprimir los impulsos límbicos procedentes de la amígdala. A fin de cuentas la reevaluación modifica nuestra respuesta emocional y, cuando la realizamos deliberadamente, logramos un mayor control consciente de nuestras emociones.
Muchos niños que reciben rechazo escolar sufren de incapacidad de interpretar adecuadamente los signos no verbales que facilitan las relaciones. El niño que padece este problema no mira a la gente con la que está hablando, no respeta las distancias interpersonales, exhibe expresiones faciales discordantes con su estado emocional, o parece indiscreto o indiferente al modo en que se sienten los demás.
Cuantos más diestros seamos en detectar las microexpresiones, más sencillo nos resultará detectar quién está tratando de reprimir una verdad emocional.
“Toda vida verdadera es un encuentro”